En los años 80 dos formas diferentes de renovar la cultura española se contraponían. En Madrid, la Movida, con un mensaje popular, joven y hedonista. En Barcelona, el Diseño, elegante y de élite. En esta época, el largo gobierno del PSOE sigue el modelo francés de intervención en material cultural, aumenta presupuestos y persigue la modernización del país. Todo ello lo explica el suplemento Cultura/s de La Vanguardia en un número especial sobre “Cuarenta años de cultura en democracia”, con motivo del aniversario de la Constitución de 1978.
Puede decirse de la transición española que fue “de terciopelo”, como la revolución checa de 1989, ha recordado Jorge Semprún. Es decir, gradual y pacífica. Ello requirió un cierto procedimiento de amnesia colectiva sin la cual, según el escritor, “no serían los valores ni los problemas del porvenir los que hubieran prevalecido en las estrategias políticas y morales, sino los mitos del pasado”. El frustrado golpe de estado del 23-F de 1981 recordó a los indecisos que convenía mostrarse unánimes en torno al proyecto democrático.
El término “movida” viene del trapicheo de drogas, y dio nombre a un movimiento pluridisciplinar, que coincidía a ratos con la estética internacional en auge de la “new wave” y heredó rasgos de la contracultura barcelonesa del decenio anterior.
A fines de los setenta coincidían el Rastro gente del mundo musical como los hermanos Berlanga, Alaska, o Fernando Márquez el Zurdo, junto con el fotógrafo Alberto García Alix. “Seres vistosos con ganas de hacer cosas” (Jorge Berlanga). Se pusieron a hacerlas, secundados por pintores (Pérez Villalta, Martin Begué), otros músicos (Bernardo Bonezzi, Gabinete Caligari), otros fotógrafos que la dejaron muy bien documentada (los hermanos Pérez Mínguez, Ouka Lele), periodistas (Borja Cassani, Moncho Alpuente) e ilustradores de impresionante talento como Ceesepe y El Hortelano. Se sumaron galeristas como Fernando Vijande, Juana de Aizpuru o Lola Moriarty… El propio Andy Warhol se desplazó a Madrid y dio su bendición. La gran síntesis del momento la brinda en sus películas Pedro Almodóvar y recorre el mundo.
Frente al carácter popular, disparatado y a ratos punk de la Movida, en Barcelona se consolida otro movimiento, más frío y elitista
“Tomamos las calles, las camas, los bares y las galerías”, resumiría Sabino Méndez. Hasta que en 1989 el pintor Juan Carrero muere víctima de la plaga de los años ochenta y su pareja en la vida y en el dúo pictórico Costus, Enrique Naya, se suicida. Un momento terrible. “El sida irrumpió en la Movida y contribuyó a desinflar aquel mundo tan divertido”, en palabras de la estudiosa Blanca Sánchez.
Frente al carácter popular, disparatado y a ratos punk de la Movida, en Barcelona se consolida otro movimiento, más frío y elitista. El “nuevo diseño” enlaza los aires de modernidad abierta por pioneros como André Ricard y Miguel Milá con la vieja tradición catalana de artes decorativas. El interiorismo, el mobiliario, el objeto, están en auge, y Barcelona exporta creadores. Javier Mariscal expone en Milán con el grupo Memphis, Oscar Tusquets lo hace con la plana mayor de la creación llamada postmoderna: Michael Graves, Hans Holleins, Charles Jencks.
La tienda Vinçon del paseo de Gracia marca estilo, bares como el Zig Zag, el Velvet o el Bijou constituyen las nuevas catedrales de la noche, y el Foment de les Arts Decoratives sanciona con sus galardones. El Ministerio de Industria y Energía, y la Generalitat, apoyan. La sensibilidad de la Barcelona del diseño, que llega a la arquitectura, la moda y la literatura, marca la década y tendrá su punto culminante en los Juegos Olímpicos de 1992, que la incorporará en sus logos, su mobiliario, sus viviendas para atletas y sus ceremonias.
Años 80: Movida madrileña frente a diseño barcelonés
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