Las Saturnalia eran las fiestas que se celebraban en la antigua Roma entre el 17 y el 23 de diciembre. En este caso tenían unas fechas de celebración fijas. Su origen, de carácter agrícola, tenía como fin celebrar el final de la cosecha de otoño. Durante sus siete días de duración, las calles se decoraban con velas, flores…La gente se reunía en las calles y celebraba en armonía, olvidando rencillas y problemas. ¿Os suena parecido a la Navidad? ¿O de verdad creéis que es casualidad que la Iglesia tuviera que “convertir” esta fiesta, imposible de desarraigar entre el pueblo, en la celebración del nacimiento del trasunto humano de dios?
Y tras las Saturnalias, se celebraban en Roma las Compitalia. Su carácter móvil las hacía coincidir aproximadamente en nuestro calendario con el periodo que va desde año nuevo hasta reyes.
Para entender la plasmación física en el espacio de la celebración de esta fiesta, tenemos que pensar en cómo era la estructura urbana y la arquitectura doméstica del mundo romano. A los que nos gusta la historia de Roma no nos son desconocidos los altares (lararios) no sólo domésticos, sino los que solían estar bien en las encrucijadas de caminos en espacio abierto, bien en los cruces de calles dentro de las ciudades. Son especialmente conocidos por su estado de conservación los hallados en Pompeya. Aún hoy podemos encontrar este tipo de altares en nuestras calles,, si bien ahora lo habitual es que estén dedicados al culto de alguna Virgen.
En Roma se rendía culto a tres tipos de dioses lares: los domésticos (de ahí los lararios domésticos), los de la ciudad (representados en los templos), y los de los caminos (con cullto en los lararios de las encrucijadas). La razón de ser de esta fiesta era celebrar y realizar ofrendas y sacrificios a los Lares Compitales, los lares de los caminos, de las encrucijadas. Durante este día no se trabajaba, para que la población pudiera dedicarse al culto y la celebración, ya que además, una de las peculiaridades que más llama la atención de esta festividad es precisamente que no estaba reservada a los ciudadanos, sino que los esclavos también participaban de ella. Se trataba de unas fiestas de convivencia, en las que toda la población, independientemente de su estatus jurídico, celebraba en aras de un bien común.
La noche anterior a la fiesta, se colocaban en los altares figuras y representaciones simbólicas de tantas personas y esclavos como hubiera residiendo en el área de influencia de cada altar (como hemos dicho, en cada cruce de calles o de caminos, por lo que en las ciudades estaríamos hablando de edificios de viviendas, y en el campo, de fincas). El objetivo: que todos los habitantes estuvieran representados para que los lares se contentaran con las figuras de ellos y dejaran en pas a sus habitantes reales. Quedaban con este acto libres de enfermedad e infortunio, con esa mezcla tan característica de religión, magia y superstición habitual entre el pueblo romano.
A lo largo de la historia de Roma estas fiestas tuvieron más o menos aug, pero siempre se celebraron. En algunos periodos con juegos asociados a ellas, en otros incluso con la protección del emperador, como fue el caso de Augusto. Fueron fiestas de convivencia entre toda la población, tuviera estatus jurídico de ciudadano o no. Nunca se dejaron de celebrar, aunque con posterioridad y el avance del cristianismo y el creciente poder de la Iglesia, se llegó a asociar las ofrendas en las encrucijadas con cultos demoníacos, como quedó presente en el imaginario popular a lo largo de los siglos, por lo que este tipo de celebraciones terminaron por quedar primero como manifestaciones de cultor residuales, y finalmente olvidadas.
Publicat a Antrophistoria. Las Compitalia
Deixa un comentari